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“ORGULLO Y PREJUICIO”

  • Foto del escritor: Beatriz de la Torre Rodríguez
    Beatriz de la Torre Rodríguez
  • 5 mar 2019
  • 2 Min. de lectura

“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.
Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales condiciones cuando entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las familias que lo rodean, que algunas le consideran de su legítima propiedad y otras de la de sus hijas.”

Con este prometedor e irónico comienzo de la novela “Orgullo y prejuicio”, Jane Austen exige la aprobación o condena del lector, quien no tiene más remedio que seguir leyendo para formarse un juicio propio acerca de tan rotunda afirmación.

“Orgullo y prejuicio” no es una novela de amor: es una denuncia hábil dónde los personajes retratan o cuestionan los códigos sociales, la condición femenina, los vicios y las cualidades de la naturaleza humana.

La genial obra de Jane Austin tiene sentencias cargadas de prejuicios sexistas:

“No todas nos podemos dar el lujo de ser románticas.”
“La imaginación de las mujeres hace que concibamos demasiadas ilusiones respecto de los hombres.”

Etimológicamente hablando el pre-juicio es un acto por el que valoramos positiva o negativamente una realidad sin tener un conocimiento suficiente de la misma, es valorar, juzgar sin tener un conocimiento previo. Por esta falta de conocimiento previo, el prejuicio tiene siempre una connotación negativa.

Convivimos con los prejuicios desde nuestro nacimiento. El grupo social en el que tenemos la buena o mala suerte de nacer, la familia, la comunidad y los grupos en los que nos vamos integrando: colegio, amigos, compañeros de trabajo, localidades en las que residimos, etc. todos tienen sus prejuicios más o menos arraigados.



Pero, ¿en qué momento el prejuicio se convierte en un problema social?: cuando discrimina, excluye, priva de derechos a nuestros semejantes, hiere, genera violencia.

Tenemos que conocer los prejuicios, analizar su fundamento, defendernos de ellos y, cuando nos excluyen, huir como el protagonista del cuento infantil “El patito feo”.


¿Cómo podemos luchar contra los prejuicios?

En un mundo lleno de costumbres y tradiciones, algunas bien arraigadas y poco recomendables, es difícil educar a un niño alejado de ciertas ideas sostenidas por la mayoría. Tal vez muchos pensamos que formamos a nuestros hijos en igualdad, y es posible que lo intentemos con ahínco, pero el entorno que encuentra el niño o la niña fuera de su casa, el ambiente en el que tiene que integrarse está cargado de prejuicios y no debemos aislar a nuestros hijos.

La vida es búsqueda.

Educar a nuestros hijos en el respeto, debe suponer prepararlos para exigir respeto y darles herramientas para vivir en sociedad.

Educar a nuestros hijos en la tolerancia, debe dar como resultado personas tolerantes.

Educar en el espíritu crítico y en el diálogo, produce personas respetuosas y dialogantes.

Merece la pena intentarlo, para construir personas valiosas.

Como educadores debemos crear en nuestras aulas un ambiente saludable de reflexión y respeto que ayude al desarrollo personal de nuestro alumnado.


Fragmento del Tablón Vivo Departamento F.O.L.

 
 
 

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