Era pequeñita y pasaba las horas asomada a la ventana de su habitación, viendo las idas y venidas de sus vecinos. ¡Mira!, decía hablando sola, ¡se van a la playa!
A ella, también le habría gustado tener amigos e ir a la playa a jugar.
Pocos años después, llegó él. Nunca entendió por qué no la quería. Estaba malito y había que tener mucha paciencia.
Ahora se sentía más sola.
Cuando estaba triste, pegaba la nariz al cristal de la ventana de su dormitorio y contaba las ventanas del patio de luces.
Cerca de su casa había un colegio. A la hora del recreo, corría a la ventana del salón y se imaginaba jugando con los niños del colegio. ¡ Mira Ana! se va a caer del columpio y Pedro hoy no ha ido al cole porque está malito.
Tenía ganas de ir al colegio.
Pero, como siempre, cambiaron de ciudad.
Un día, en casa de su abuela, descubrió un gran tesoro. Con cuidado subía la escalera y , a escondidas, leía los libros de mayores.
A la niña pequeñita, le gustaba mucho mirar por la ventana de la habitación de su abuela. Desde las ventanas de la casa de la abuela, se veían las cosas más bonitas y curiosas del mundo.
La abuela de la niña pequeñita, era muy moderna y trabajaba, también, fuera de casa. Estudió en la Universidad y había viajado a sitios lejanos como Líbano o Egipto. Era muy divertida y leía mucho.
La niña crecía y ya no era tan pequeñita. Seguía asomándose por la ventana para “huir” del mundo y de su mundo.
No le gustaba nada “su mundo” .
Desde su ventana se imaginaba, otras ventanas…
Papá y mamá tenían mucho trabajo.
La niña creció y su mundo cambió.
En su nuevo mundo, las ventanas eran más bonitas y había muchas cosas que ver.
Pasó el tiempo y consiguió la ventana desde la que quería mirar el mundo.
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